Recientemente he leido y comparto totalmente que si no hay amor al prójimo, solo con el amor a Dios, no hay nada de nada.
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Cordialmente, una carta para ti
Ser perdonado para perdonar.
Apreciado lector: Como bien
sabes, estamos en pleno Año Jubilar de la Misericordia y, por esta razón, es
fácil comprender que el papa Francisco hable frecuentemente de la misericordia
de Dios. Así ocurrió, por ejemplo, el pasado día 30 de marzo, durante la
Audiencia general en la Plaza de San Pedro, al hacer referencia a la última
catequesis del ciclo dedicado al tema jubilar a la luz del Antiguo Testamento.
En aquella ocasión el santo padre
hizo una interesante meditación sobre el Salmo 51, llamado Miserere, al
destacar que en él la petición de perdón va precedida del sincero
reconocimiento y confesión de la culpa. El título de este salmo recuerda al rey
David y su pecado de adulterio con Betsabé, esposa de Urías, al que además
envía a la muerte. Después de que el profeta Natán le hiciera ver su horrible
pecado, David reconoce su culpa, se arrepiente y suplica a Dios que le perdone:
«Tenme piedad, oh Dios, por tu clemencia, por tu inmensa ternura borra mi
iniquidad. ¡Oh, lávame más y más de mi pecado, y de mi falta purifícame!».
Necesidad del perdón Como subraya
el papa Francisco, en esta invocación del rey David se pone de manifiesto la
única cosa que el hombre ansía cuando verdaderamente reconoce que actuó mal y
está arrepentido de haberlo hecho: la necesidad de ser perdonado, de sentirse
limpio y liberado del mal. Es entonces cuando nos damos cuenta de que estamos
necesitados de la misericordia de Dios. Y es en este momento cuando el
Pontífice repite insistentemente estas palabras: «Dios es más grande que
nuestro pecado. No olvidemos esto, ¡Dios es más grande que nuestro pecado!...
Dios es más grande que todos los pecados que nosotros podamos hacer. Dios es
más grande que nuestro pecado». Reconfortantes palabras que nos recuerdan la
infinita misericordia de Dios. Esa misericordia es la que hace que jamás nos
abandone, a pesar de los muchos pecados que hayamos cometido… ¿No es
maravilloso, estimado lector, saber que Dios siempre nos tiene abiertas las
puertas del perdón? Este salmo nos dice que quien busca el perdón de Dios,
quien confiesa sus culpas y se arrepiente, busca la total eliminación del
pecado: «Dios quita nuestro pecado –dijo el papa– desde la raíz, ¡todo! Por
ello, el penitente se vuelve puro, cada mancha es eliminada y él ahora está más
blanco que la nieve incontaminada». Realmente, estas palabras constituyen un
gran aliciente para el arrepentimiento y para pedir a Dios perdón. Ser
generosos en el perdón Sin embargo, no debemos conformarnos, apreciado lector,
con pedirle perdón a Dios y con sentirnos perdonados. Esto sería demasiado
egoísta por nuestra parte. Hace falta algo más. Hace falta que a su vez
nosotros perdonemos a los demás… Lo decimos en el Padrenuestro: «Perdona
nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». En la
oración que Jesús nos enseñó pedimos que Dios nos perdone, al igual que
perdonamos a quienes nos han ofendido. Si hemos sido perdonados, debemos ser
generosos y perdonar nosotros también. Por este motivo, el santo padre recordó
en aquella Audiencia general que el perdón de Dios es algo que todos
necesitamos y que este perdón es el signo más grande de su misericordia. Ahora
bien, todo pecador que haya sido perdonado está llamado a compartir ese perdón
con cada hermano o hermana que se encuentre, es decir, está llamado a perdonar.
Con estas entrañables palabras lo expresó el papa Francisco: «Todos los que el
Señor nos ha puesto a nuestro lado, los familiares, los amigos, los colegas,…
todos, como nosotros, tienen necesidad de la misericordia de Dios. Es bonito
ser perdonado, pero también tú, si quieres ser perdonado, debes a su vez
perdonar. ¡Perdona!». Después de oír estas palabras ya no cabe la menor duda.
Si cada uno de nosotros, tú o yo, amigo lector, quiere ser perdonado por Dios,
tiene la obligación de perdonar. La misericordia es un regalo que Dios nos
hace. Por ello, también nosotros tenemos que ser generosos con los demás,
particularmente, con los que nos han ofendido. Aquí está la grandeza del
perdón: ser perdonado por Dios para que después sepamos perdonar. Cordialmente,
Manuel Ángel Puga